El día 3 de Junio de 1770 nació en Buenos Aires Manuel
Joaquín del Sagrado Corazón de Jesús Belgrano, hijo de Domingo Belgrano y Peri,
un comerciante oriundo de Oneglia, en la Región de la Liguria, en Italia y
María Josefa González Casero. Quien sería luego uno de los Padres de la Patria,
representó la síntesis fenotípica del criollo americano, mixtura de sangre
nativa con la europea.
Por esa razón, mediante la Ley Nacional Nº 24561, se
determinó que el día 3 de Junio se conmemore el “Día del Inmigrante Italiano en
Argentina”.
Sea bienvenida esta iniciativa toda vez que la moderna República
Argentina se formó sobre la base del
aporte de los inmigrantes, mayoritariamente italianos.
La italianidad ha marcado profundamente el ser argentino.
Sus tradiciones y su cultura mezcladas dieron como resultado la progresista
clase media argentina que puso a la Argentina del Centenario entre los primeros
países del Orbe. Los italianos crearon la Bolsa de Comercio y el primer banco,
el Banco de Italia y Río de la Plata que desde 1872 sobrevivió el siglo.
Con ellos la Argentina conoció las industrias y apellidos
como Canale, Terrabusi, Piazza, Grimoldi y tantos formaron las primeras
empresas nacionales. Los arquitectos italianos modificaron los frentes de las
casas y le dieron al país esa nueva cara, con fachadas cargadas de inspiración
renacentista y también masónica, porqué no.
Llegaron y se confundieron con el suelo que los recibió
hasta dejar sus huesos aquí y sentir esta tierra argentina como una primera
Patria en algunos casos; sin dejar de sentir aquella otra que evocaban con
lágrimas cada vez que los sones del “Inno de Mammeli” recordaba, por ejemplo,
como ayer 2 de Junio, la “Festa della Repubblica”.
Ese amor a la Patria Argentina lo dejaron escrito en las
letras y sones de la mayoría de las marchas militares argentinas y en aquellas
que homenajean a la Bandera, legado de ese hijo de italianos, Manuel Belgrano.
Como Belgrano, los italianos también sembraron a su paso
civilización y cultura. Como el Prócer, ellos también protagonizaron una gesta
donde la decisión y la esperanza debían superar al temor y a la falta de
recursos. Belgrano y esos miles de hombres y mujeres compartieron un destino
común, el de afrontar las vicisitudes con innegable valor y coraje.
En un día de homenaje, nada más gráfico que ese párrafo de
un magnífico libro que cuenta en primera persona la aventura de emigrar, un
relato dulcemente trágico que Edmundo De Amicis trazó en su obra “Sull’oceano”,
donde cuenta su viaje en la nave Galileo desde Génova, la tierra de origen de
Manuel Belgrano, hacia Montevideo, y que dice:
“Cuando pisé tierra, me di vuelta a mirar una vez más al
Galileo, y el corazón se aceleró al decirle adiós, como si fuese un rincón
flotante de mi país que me había llevado hasta allá. Ya no era más que un trazo
negro en el horizonte del río desmesurado…pero se veía todavía la bandera, que
flameaba bajo el primer rayo de sol americano, como un último saludo de
Italia…que encomendaba a la nueva tierra, sus hijos errantes.”
Ernesto Bisceglia
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